En la comunidad de La Horqueta 2, cerca al municipio de Albania en La Guajira, decenas de líderes regionales y comunitarios del departamento y del resto del país se dieron cita para continuar en la lucha de evitar el desvío del arroyo Bruno. El CINEP/PPP, además de acompañar a estas comunidades, registró el recorrido por el arroyo, una caminata que dio cuenta del impacto de la mina del Cerrejón en la zona.
Hacia la cabecera del arroyo Bruno todavía se escuchan las voces de los micos aulladores que hablan desde las copas de los árboles verdes y frondosos. Los insectos y las serpientes se cuelan entre las rocas que sobresalen en el sendero húmedo de hojas y tierra que solía ser un arroyo caudaloso, mucho antes de la llegada de Cerrejón al departamento.
Hilos de agua muy reducidos, en comparación al espacio total donde corría libremente el afluente, dan cuenta de la falta de este recurso en la región. Algunos nacimientos naturales brotan entre las rocas y en pequeños posos todavía viven peces de colores y anfibios.
En la parte media del arroyo se ve un carrotanque extrayendo agua del río, una actividad que, según los habitantes Wayúu de la zona, es bastante común, sobre todo para suplir a aquellas comunidades que por la extracción minera se han quedado sin agua. Detrás del sonido del arroyo, de las aves y de los árboles al viento se escucha la actividad minera de Cerrejón.
“Estamos asustados con la desviación del arroyo Bruno porque vamos a sufrir más, ¿de dónde vamos a sacar el agua?”, afirma Lorenza Pérez Pushaina, autoridad tradicional de La Horqueta 2, una de las comunidades que se benefician de este arroyo que Cerrejón pretende desviar para explotar el carbón que reside bajo su cauce. La idea es correr un tramo del arroyo 700 metros hacia el norte, acción que está aprobada en los planes de Cerrejón desde 1998 y que cuenta con el permiso de la Autoridad Nacional de Licencias Ambientales.
A medida que el arroyo se acerca al área privada de la mina la naturaleza pierde su color. Los árboles son grises, la tierra es árida, no se escuchan animales y el sol cae, inclemente, sobre los caminos sin sombra, la zona está militarizada y entre la hojarasca se divisan las estructuras herrumbradas de lo que alguna vez fueron viviendas A esta altura el agua se hace espesa por los desechos que recibe, el lugar es conocido como el “botadero”. El aire caliente del medio día entra a los pulmones como humo denso, como humo de carbón.
“La relación nuestra con el arroyo Bruno, principalmente, representa las venas, es la vena de la tierra. Cortar una vena significa la muerte, entonces esto tiene un alto de representatividad espiritualmente para nosotros porque ahí surge el soñar, las prácticas espirituales las realizamos en nuestro arroyo, todo está relacionado con todo. Estos cuerpos de agua tienen que ver con nuestras formas de vida, con nuestra comunidad, con nuestra tierra”, afirma Jazmín Romero, líder del Movimiento Fuerza de Mujeres Wayúu.
El desvío del arroyo Bruno, además de impactar el recurso hídrico, está acabando con las prácticas ancestrales y cotidianas de quienes habitan cerca a su cauce. Las comunidades Wayúu de La Horqueta 1 y 2, El Zahíno, La Gran Parada y El Rocío, entre otras, se están uniendo para resistir el impacto de la mina y evitar el desvío del arroyo.
El Bruno todavía está vivo, en su nacimiento todavía respira. Es un gran cuerpo viviente cuya garganta se seca por la minería; su canto de agua ya poco se escucha. Por eso el arroyo pide nuestra voz para exigir el respeto de su cauce, para no destruir el hogar de las especies que viven en él, para calmar la sed de los habitantes de La Guajira y para mantener el lugar ancestral de decenas de comunidades que, a diferencia de muchos colombianos, sí comprenden el valor natural y espiritual de nuestros recursos, los cuales están siendo acabados por la minería a gran escala. #SalvemosElBruno