Logo Cinep Versión web

Crónica: Viaje al corazón del Vaupés

Pocas experiencias lo marcan a uno tanto en la vida, como el viaje que hicimos a Vaupés.
Iniciamos el viaje en Mitú, en el puerto a eso de las 4 de la tarde, pues nos habían dicho que el viaje duraba 2 horas. Apenas a unos minutos de haber arrancado inició una lluvia que estuvo presente en la mayor parte del recorrido. No sé si nos mojaba más el agua que saltaba del rio, porque la voladora iba muy pesada, o la lluvia. Disfrutamos el paisaje y por supuesto, el atardecer. Sin embargo, después de las 6:30 ya estaba muy oscuro y como estaba nublado no teníamos ninguna fuente de luz.

De las cosas que más me impacto fue ver algunas luces que nos alumbraban a lo lejos, al preguntarle a X nos dijo que eran pescadores y que anunciaban que estaban ahí para que nuestra lancha pasara lejos de donde ellos estaban. Estas personas estaban allí, en medio del rio, en absoluta oscuridad, rodeados de selva, parados en canoas, pescando. Nos dijeron que podían estar ahí toda la noche, hasta que amaneciera y que muchos preferían esa hora porque era más fácil pescar.

No sé cómo, pero llegamos a las 8 a Mandí. La primera imagen fue varias mujeres lavando platos y ollas en la orilla del río, en completa oscuridad, cada una con una linterna que usan solo cuando caminan. El inspector de policía nos llevó hasta la casa cural y nos ayudó a instalar las hamacas. A los pocos minutos ya todos estábamos durmiendo.

Al día siguiente, a las 6 de la mañana, ya sonaban las campanas de la iglesia, que quedaba a unos metros de la casa cural. Fue la señal para levantarnos e ir al rio a bañarnos. Todas las personas que bajaban al río, hombres, mujeres, niños, adultos mayores, bajaban con un balde y un jabón rey. Mientras se bañaban, lavaban la ropa que usaron el día anterior. Al llegar a la maloka nos recibieron con curiosidad y con el desayuno.

— Tenemos caldo de pescado con un poquito de picante — dijo el inspector

Si algo he aprendido es que no hay nada tan subjetivo como la medición del picante. Al instante de probarla nos dimos cuenta que era mucho más picante de lo que pensábamos. Aunque todos se tomaban el caldo sin inmutarse, algunos de nosotros estábamos tosiendo por lo fuerte que estaba. Solo pudimos comernos el pescado y la papa. Como si fuera poco, Maclau, uno de los líderes, se acercó a ofrecernos más ají.
Luego del desayuno nos presentamos uno a uno. Éramos más de 150, por lo que esta presentación duró más de dos horas. Luego nos dividimos en grupos e iniciaron los talleres. Con nosotros estaban los capitanes y las personas que más conocían la región. Cada uno contó la historia de su comunidad, que ha pasado de generación en generación por la tradición oral. Algunos remontaban el inicio de sus comunidades varios siglos atrás. Recordaron la persecución que sufrieron sus abuelos por las caucheras y la llegada de las campañas evangelizadoras que cambiaron su forma de vida.

— Con la llegada de los curas perdimos la mayoría de nuestras tradiciones, la vestimenta, nuestros ritos, y tuvimos que movernos de nuestros territorios. — Dijo uno de los capitanes.
Mandí es el poblado más grande del Vaupés medio porque es el punto central de las 21 comunidades indígenas que viven sobre el rio, la mayoría de ellas del pueblo Kubeo. Allí queda la inspección de policía, el colegio con bachillerato completo y la maloka más grande. Allí el abandono del Estado es absoluto. No hay puestos de salud, no hay antenas de comunicaciones, no hay electricidad, apenas llega la señal de la emisora del ejérctio. Aunque la mayoría prefiere que sea así.

— Por lo menos podemos mantener nuestras costumbres vivas por más tiempo — me dijo una de las profesoras del colegio al almuerzo. — ya hemos visto que los jóvenes sobre todo que se van a Mitú, empiezan a desechar nuestra cultura y eso es grave porque es lo que nos une como pueblo — añadió.

Es como si vivieran en otro país.

— Lo único que sabemos de los acuerdos de paz es que desde junio del año pasado dejamos de ver a las Farc por estos lados — dijo el inspector. — Nos han dicho que tienen un enfoque étnico que puede beneficiarnos, pero aquí nadie ha venido a explicarnos nada de eso — continuó.

Sin embargo, tenían preocupación de saber que hay unas disidencias que no se acogieron al acuerdo y que pueden estar por esa zona.

En mi tarea de hacer reportería gráfica me crucé con varios niños que me miran con mucha curiosidad por lo que estaba haciendo sin decir nada, aunque yo les preguntara. Para romper el hielo empecé a tomarles fotos y a mostrárselas a lo que respondían con una carcajada. De a poco entraron en confianza y ya hasta posaban para las fotos. Ellos fueron los que me llevaron por los diferentes lugares, la escuela, los cultivos de caña, al lago, y algunos de ellos a sus casas. Estos niños de menos de 10 años me contaban historias de sus familias, de las estrellas, de los dioses que protegían los lugares sagrados en el río, de cómo se prepara la chicha y de cuáles son los mejores lugares para pescar. Los niños no sabían de dibujos animados, ni de películas, pero están muy bien entrenados para sobrevivir en su entorno.

El cierre del encuentro fue una fiesta. Estaban celebrando que había representantes de la mayoría de comunidades del Vaupés medio y que de ahí iban a coordinar acciones de incidencia. Instalaron la planta eléctrica comunitaria y un parlante con música. Cuando estábamos todos en la Maloka nos hicieron ponernos de pie.

— Y ahora nuestro regalo para los invitados de la fundación Natura, el Cinep y los capitanes— dijo el animador de la fiesta.

En ese momento empezó a entrar una fila de mujeres, cada una con una olla en la mano. Cuando se acercaron a nosotros empezaron a sacar totumadas de chicha para que nosotros tomáramos. En la primera ronda conté 22 mujeres, por consiguiente, tomamos 22 totumadas algunas más grandes que otras y cada una con un sabor diferente. Luego nos sentamos y venía uno de los actos culturales más importantes, el baile del carrizo. Se levantaron 8 hombres, cada uno con un instrumento similar a la zampoña. Cada uno tocaba unos sonidos que se alternaban entre ellos, pero todos juntos hacían la melodía. Bailaban de un extremo de la maloka al otro hombro a hombro, luego en fila y después de varios minutos se unían las mujeres al lado de ellos. Cada baile duraba unos 8 minutos e hicieron uno por cada pueblo presente. Después de varias tandas del baile, venía la segunda ronda de chicha. Ya algunos se abstuvieron de participar. La celebración duró casi toda la noche.

Al día siguiente teníamos que volver a Mitú. Varias familias, el inspector, y el sacerdote salieron a despedirnos. El viaje de vuelta fue muy diferente, ya pudimos ver todo el recorrido y solo gastamos 2 horas y media. El choque cultural fue muy grande. Cada comunidad vive para sí misma. Es muy fuerte el sentido de lo comunitario y de distribución de labores. Los con los que jóvenes tenían la firme intención de estudiar alguna carrera y luego volver a su comunidad a fortalecer las organizaciones que los representan. Los mayores tienen la función de enseñar a los jóvenes su cultura, su cosmovisión y costumbres. Hay un interés de crear redes entre las comunidades para trabajar en acciones de incidencia ante las autoridades para mejorar sus condiciones.

Estas comunidades indígenas del medio Vaupés me enseñaron mucho, desde los más pequeños hasta los chamanes más experimentados. Es increíble la convicción que tienen y su sentido de comunidad, con la que incluso se opusieron a los actores armados que existieron alguna vez en su región. Esas experiencias de construcción de paz territorial las publicaremos próximamente en uno de los videos que sistematizan este tipo de experiencias y que podrán ver en nuestra página y redes sociales.

 

Miguel Martínez

Equipo de comunicaciones